sábado, 18 de septiembre de 2010

Splice (2009)

Desde la década de 1930 los monstruos del cine han sido el pan nuestro de cada día y con justa razón: nos gusta ver aquello que nos aterroriza, lo que no entendemos y lo que trata de comernos. En Splice tenemos a un monstruo creado por la ciencia (mis favoritos) que intenta plantear dudas sobre la ética de la experimentación genética y los códigos morales que deberían regir ese campo de la investigación.

Lamentablemente se queda en esos planteamientos para luego llevar a Adrien Brody hacia una especie de torbellino hormonal que no logra resolver ninguna de las dudas planteadas por la historia. Los elementos son buenísimos, la idea no es mala, pero la ejecución tiene demasiadas falencias, partiendo por el ritmo apreurado de la primera parte, tratando de llegar en el menor tiempo posible a la creación de Dren; por supuesto, sin esa compresión de tiempo la cinta duraría unas tres horas, pero quedan demasiados cabos sueltos, como si en la edición se hubieran perdido unos 20 minutos de película sólo en la primera parte.

Después de eso el ritmo es intenso, las actuaciones son un poco predecibles y el desenlace es más apresurado de lo que quisiéramos, pero no es motivo para dejar de ver este experimento del director de Cube, aunque sea sólo por los efectivos efectos especiales y la belleza de la verdadera protagonista, Delfine Chanéac como la criatura Dren, hija de la ciencia genética y de la baja moralidad de sus creadores.

De hecho, al final es su personaje la única verdadera razón para quedarse hasta el final, porque sus sonidos semi-humanos, su apariencia casi etérea y su comportamiento animal-humano son los elementos más rescatables de esta película que sin ser mala, tampoco es perfecta.

Lobo.

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