El señor Tarantino tiene una fama que le precede. Su público espera con ansias cada una de sus películas, ya sea por los diálogos complejos e inteligentes, por la excesiva e innecesaria violencia o por las referencias escondidas a otras cintas que sólo un puñado de fanáticos conocen.
Como era de esperarse, Inglourious Basterds no es la excepción y en ese sentido no desilusiona. La historia es contada por personajes carismáticos que hablan con su boca y la de sus armas; hay bastante sangre para los que gustan de eso y tenemos toda clase de referencias a los famosos "spaghetti western" que Tarantino ama (incluyendo una breve pero exacta aclaración de qué es un mexican standoff). Bravo hasta aquí.
Lo que no dejó de asombrarme, sin embargo, fue la habilidad de don Quentin para aún así sorprenderme. Aunque están presentes todos los elementos de su personal estilo también se las arregló para incorporar un par de nuevas viñetas, como el desarrollo de un villano complejo (que de paso se roba toda la película), o la total parodia de los hechos históricos (Hitler como siempre lo habíamos querido ver). El drama de Shoshanna, la motivación de Aldo y sus hombres o la forma fría en que Landa realiza su trabajo son todos elementos dignos de ser apreciados a lo largo de la extensa película (153 minutos) dividida en capítulos.
Un nuevo acierto para que el señor Tarantino se recupere un poco del desatino que fue Death Proof (una mala película hecha así a propósito y que en realidad nadie quería ver). Ahora a esperar unos 3 años más para la tercera parte de Kill Bill.
Lobo.
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